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lunes, 28 de septiembre de 2015

DE DIOSES Y HOMBRES




Nos detenemos, especialmente, en De dioses y hombres (2010), de Xavier Beauvois. Se trata, con toda probabilidad, de la película que mejor refleja los diferentes aspectos de la Vida Consagrada.

La verdadera dimensión procede del testimonio martirial de los siete monjes trapenses de la abadía de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine (Argelia), asesinados en 1996.

La cinta cuenta con una realización cuidada y muy bien documentada del citado director, guionista y actor francés. También con la memoria bien guardada, a la que se añade el testamento espiritual del prior, el padre Charles-Marie-Christian de Chergé, donde avanza el sentido de su muerte como camino de reconciliación.

En la película se refleja la consistencia de la vocación personal de los monjes, tanto su oración como sus dudas y decisiones; la comunidad como Iglesia en inserción y transparencia de Cristo presente entre los pobres y signo de diálogo y perdón para la humanidad; el discernimiento comunitario, difícil y doloroso a la vez que generoso y alegre, sintetizado magistralmente en la secuencia de la última cena, donde –con la música del Lago de los cisnes de Tchaikovsky– la cámara, hasta entonces contenida y pudorosa, muestra los rostros emocionados de los monjes, que van desde la duda y el miedo hasta la entrega y la paz gozosa.

Desde el punto de vista de la teología de la Vida Religiosa, cautiva especialmente el final. La fila de los monjes que van a morir en una obediencia sobreimpuesta, débiles y cautivos, acompañados por sus secuestradores, imagen de los enemigos. Rodeados de la nieve que cae y lo cubre todo, entre el frío y el misterio que viene de lo alto. Su imagen se va empequeñeciendo según avanzan hacia la muerte, que, por púdica elipsis, no veremos. Pero algo habla del más allá, cuando la mesa vacía del monasterio parece querer convertirse en el encuentro reconciliado de víctimas y verdugos, vencidas las diferencias, los rencores y la misma muerte. La nieve y los cuerpos se van confundiendo en un fundido en blanco de resurrección y vida eterna.

Precioso icono de la dimensión escatológica, reconciliadora y fraterna de la Vida Consagrada. Y aquí el cine se hizo contemplación y el blanco silencio, misterio habitado.

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